«En primer lugar existió el Caos», cuenta Hesíodo en su Teogonía. Cortito y al pie. Este griego del siglo VIII antes de Cristo sí que iba al grano. Una afirmación lacónica, diría el diccionario de la Real Academia. Breve, concisa y compendiosa. Los habitantes de Laconia no se caracterizaban por llenar el silencio con palabras y de esa noción de parquedad y concisión se derivó el adjetivo. Aquí el lenguaje nos hace una trampita porque Hesíodo nació en Beocia, no en Laconia. Para complicar un poco más la cosa, el subdialecto beocio que hablaba en su vida cotidiana forma parte del grupo eolio, mientras que el subdialecto lacónico pertenece al grupo dórico. Y para terminar de complicarla, el griego que usa Hesíodo en la Teogonía no es ni eolio ni dórico, sino jónico. La culpa la tiene Babel, qué le vamos a hacer.
Pierre Grimal, el gran profesor francés que compendió un monumental diccionario de mitología grecolatina que venerábamos en la facu como si fuese un texto sagrado, dice que «el Caos es la personificación del Vacío primordial, anterior a la creación, cuando el Orden no había sido impuesto aún a los elementos del Mundo». El diccionario de la RAE define caos como «estado amorfo e indefinido que se supone anterior a la ordenación del cosmos». Otra acepción, ya no mitológica, es «desorden y confusión». No es llamativo que sea también la definición de «Babel». «Caos» y «Babel» tienen una carga de cosa revuelta, desordenada, confusa.
No sé si a ustedes les pasa lo que a mí, pero siento que «La biblioteca de Babel» tiene un potente sabor a oxímoron. Cuando leo o escribo o escucho o pronuncio la palabra «biblioteca» se me viene a la mente la imagen de un edificio lleno de estantes con libros ordenados según un criterio: alfabético, por tema, colección, lenguaje, país, tipo de lector, lo que sea. Para localizar el que necesito busco los datos de su ubicación en un catálogo y voy derecho hacia el estante donde me está esperando. No tengo que revisar uno por uno los volúmenes para encontrarlo.
¿Por qué «La biblioteca de Babel» me suena a oxímoron? Porque en un oxímoron dos palabras que expresan ideas contradictorias van juntas en una unidad de sentido. Veamos un ejemplo de Gutierre de Cetina, poeta español del siglo XVI: «oscura luz». Suena extraño, ¿verdad? La asociación de dos conceptos antagónicos produce ese efecto porque rompe la monotonía o lo convencional de la expresión cotidiana. En nuestro mundo prosaico, no poético, la luz puede ser más o menos brillante pero nunca oscura. Más aún: en «oscura luz» el adjetivo está antes que el sustantivo, y aunque en castellano eso sucede y no contradice ninguna gramática, suena raro. Es claro que esa combinación de palabras es propia del lenguaje poético. A principios del siglo XX, cuando los teóricos del formalismo ruso trataban de descubrir qué era lo que hacía que un texto fuera literario, encontraron que una de las características que diferenciaba el lenguaje de la poesía, los cuentos y las novelas del lenguaje de todos los días era justamente eso, la sensación de extrañamiento que sentía el lector.
Entonces, si la biblioteca es un lugar ordenado y Babel es un caos, ¿qué hacemos con «La biblioteca de Babel? ¿En qué quedamos? ¿Orden, desorden, las dos cosas, ninguna de las dos? El título ya nos está preparando para el extrañamiento que vamos a experimentar al comenzar a leer esa obra de Jorge Luis Borges.
Conocí a Borges a través de otras lecturas, no exactamente literarias en un sentido estricto, que se dieron en ese momento preciso en el que muchas veces se comienzan a definir las vocaciones y algunos gustos y rechazos. Cuando empecé el liceo ya era presidente de un club de investigación de platos voladores. Además de los extraterrestres me interesaban la parapsicología y las religiones orientales. Conocía un poco de hinduismo, sabía de memoria pasajes del Tao te king y hacía esfuerzos para convertirme en budista. Eran los tiempos de leer El tercer ojo, tomar té con manteca (no de yak, desgraciadamente, porque esos animalitos nunca se dieron en la penillanura uruguaya), terminar un par de libros de Hermann Hesse y salir a discutir con los amigos sobre con quién quedarse, si con Siddhartha o Govinda o Narciso o Goldmundo.
Era el momento justo para leer El retorno de los brujos, de Jacques Pauwels y Louis Bergier. Ese libro agregó combustible abundante a mis desvaríos: la alquimia, los rosacruces y otras sociedades secretas, el ocultismo, las civilizaciones y los continentes desaparecidos. De ahí salieron otras vetas que me mantuvieron entretenido durante años. En retrospectiva, lo que más le agradezco a ese libro fue haberme hecho conocer a Borges. El retorno de los brujos contiene una breve referencia a «La escritura del dios», muy breve, pero transcribe completamente «El Aleph». Eso sí que fue una sacudida.
«La biblioteca de Babel» fue publicada inicialmente en 1941 y luego incluida en Ficciones, de 1944. Comparte un rasgo importante con otros textos de ese volumen. Pienso en «La lotería en Babilonia», «Pierre Menard, autor de El Quijote» y «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius», donde no pasa lo que me enseñaron en el liceo que tenía que pasar en los cuentos: no hay personajes, no hay acción, no hay una trama que lleve a alguien del punto A al punto B. No pasa nada. Son pequeños ensayos, colecciones de citas, reflexiones sobre el universo, la condición humana, la realidad, el lenguaje. Conozco muchos lectores que llegaron a esas obras y como siguieron leyendo sin que pasara lo que esperaban que debía pasar nunca más volvieron a Borges. A mí, tal vez por ese «ablandamiento» al que me sometieron Pauwels y Bergier, esas obras me encantaron.
¿Qué hay, entonces, en «La biblioteca de Babel»? Hay una biblioteca que es el universo, hay gente que trata de descubrir sus secretos revisando libros que no dicen nada que se pueda entender, hay un bibliotecario próximo a morir que reflexiona sobre la biblioteca, los libros, las búsquedas y algunas de las grandes inquietudes humanas. Hay muchas otras cosas, por supuesto, que esperamos poder ir viendo en próximos encuentros.
Fuentes
Las fuentes se citan sólo a título informativo.
Diccionario de la lengua española, www.rae.es.
Gutierre de Cetina, Rimas.
Hesíodo, Teogonía.
Keith Brown (editor), Encyclopedia of Language & Linguistics.
Lobsang Rampa, El tercer ojo.
Louis Pauwels y Jacques Bergier, El retorno de los brujos.
Oswald Ducrot y Tzvetan Todorov, Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje.
Pierre Grimal, Diccionario de mitología griega y romana.
Stephen Colvin, A Brief History of Ancient Greek.
Muy interesante, gracias. ¡A la próxima!