
En el canto sexto de la Ilíada el griego Diomedes y el licio Glauco se encuentran frente a frente en la llanura de Troya. No se conocen todavía. En uno de esos momentos ideales o idealizados de las guerras antiguas, cuando algunos combatientes se entretenían en largas conversaciones mientras a su alrededor los demás se destripaban sin preámbulos, Diomedes le pregunta al desconocido quién es. Hombre prudente el griego: quiere saber si el que tiene delante es un dios, porque en esos tiempos los dioses se mezclaban con los humanos y a veces uno no sabía si estaba hablando con un inmortal o con cualquier hijo de vecino. Además, tiene presente lo que le pasó a Licurgo, un mortal que tuvo un encontronazo tan fuerte con Dionisos, dios del vino, que éste terminó escondido en el fondo del mar, asustado y temblando como una vara verde. Por esa gracia, Licurgo fue castigado por los dioses con la ceguera, porque se les había vuelto una persona odiosa. Eso es lo que le dice Diomedes a Glauco.
Otras versiones de su triste destino refieren que Dionisos, para vengarse, lo hizo enloquecer, matar a su hijo, violar a su madre y terminar siendo descuartizado por cuatro caballos. Diomedes seguramente conocía esos rumores, pero Homero (o quien haya compuesto la Ilíada) no podía poner esos chismes sangrientos en boca de uno de sus héroes. De todas formas, ciego o descuartizado, Diomedes tenía suficientes razones para mostrarse cauto ante un desconocido.
Glauco le habla entonces de sus antepasados, empezando por su tatarabuelo Sísifo, el más astuto y el más inescrupuloso de los mortales. Sigue con su tocayo Glauco, quien tuvo una muerte terrible al ser devorado por sus propias yeguas, y con su abuelo Belerofonte, héroe que mató al monstruo Quimera montado en el caballo alado Pegaso.
De Quimera, león en la parte anterior del cuerpo, serpiente en la posterior y cabeza de cabra lanzallamas (otra versiones cambian la posición de esos tres animales), viene nuestra palabra «quimera», «Aquello que se propone a la imaginación como posible o verdadero, no siéndolo», según la RAE. Un renombrado cultor de perseguir imposibles fue «José, el de la quimera», amigo que menciona Enrique Santos Discépolo en su tango «Cafetín de Buenos Aires».
Otro imposible fue «La quimera del oro», esa historia de tanta gente que fue a buscar fortuna unos cuantos miles de kilómetros más arriba de donde vivo. (Para algunos de nosotros, uruguayos de algunos años, la escena final con The Lone Prospector caminando de la mano con Georgia nos daba la bienvenida a la Sala 2 de la Cinemateca Uruguaya.)

Por último, «quimera» es también un término médico para referirse a un organismo que tiene células de diferente origen.
Las historias que vivieron los antepasados de Glauco son muy interesantes, pero para no seguir a la deriva las vamos a dejar para otra oportunidad. De Hipóloco no se registran hechos memorables. Parece haber sido un hombre sencillo pero con honor y orgullo por su estirpe, porque mandó a Glauco a luchar por Troya y le encargó que descollase siempre, sobresaliese sobre los demás y no mancillase su linaje, como correspondía a un guerrero en aquellos tiempos heroicos.
Para sorpresa de Diomedes, Belerofonte había sido huésped de su propio abuelo, Eneo, en su mansión en Argos. Como en aquellos tiempos las amistades se transmitían de generación en generación, los dos guerreros se dan la mano, intercambian sus armas y se van a buscar a otros a quienes matar.
En «La biblioteca total» Borges también realiza una labor genealógica: la historia de la idea de los fenómenos combinatorios como generadores de orden en el caos. Vamos a seguir esa genealogía según el texto de 1939. Empieza con un filósofo griego del siglo V antes de Cristo, Leucipo.
Leucipo habría nacido en 460 a. C. en Asia Menor. Se dice que escribió una obra sobre cosmología y una sobre la inteligencia. Como ha sucedido con muchos filósofos griegos, particularmente los presocráticos, lo que queda de sus escritos son referencias en los textos de otros filósofos que los citan para comentarlos o refutarlos.
Para Leucipo, el universo era infinito y estaba dividido en dos partes, una llena («lo que es») y la otra vacía («lo que no es»). La parte llena estaba formada por infinitos elementos sólidos, todos de la misma sustancia pero con diferentes tamaños, invisibles por su pequeñez, indivisibles y de formas infinitas, los átomos. Estos átomos se movían eternamente en el espacio, interactuando y chocando entre sí y creando una especie de torbellino, con los átomos más pesados hacia el centro y los más livianos en la periferia, del cual había surgido el mundo y todo lo que contiene. Así, la unión de los átomos producía las cosas, que llegaban a destruirse por la separación de aquéllos.
Dice Aristóteles, comentando a Leucipo y a su discípulo Demócrito, que lo que es se diferencia solamente por tres cosas: conformación (figura), contacto (orden) y giro (posición) de los átomos. Lo ejemplifica con las letras del alfabeto: la A y la N se diferencian por la figura, los conjuntos AN y NA por el orden y las letras Z y N por la posición.
El cambio de un elemento produce algo distinto. Aristóteles compara esto con la tragedia y la comedia, que expresan diferentes cosas con los mismos signos gráficos. Aquí aparece claramente planteado el germen de la potencialidad de las letras para expresar el contenido de los miles de millones de libros de la biblioteca de Lasswitz. Los infinitos choques y combinaciones de los átomos de Leucipo, que crean mundos, son como las combinaciones de las letras, que crean todos los libros existentes y los que podrían llegar a existir alguna vez.
Las especulaciones de los atomistas no se limitaban a la cosmología. Incursionaron en la teoría del conocimiento, la biología, la ética y la teoría política, la lógica y la matemática, los grandes temas del alma, la vida y la muerte, el lenguaje, la biología, entre otros temas. En algunos de estos campos fueron, si no los primeros en plantear algunas grandes cuestiones, los que sacaron a luz temas filosóficos apenas insinuados antes de su época. Incluso aportaron conceptos sobre los que se desarrollaron discusiones muy fructíferas, que duraron siglos. Este artículo no es el lugar para comentarlas, pero hay una repercusión de la teoría de Leucipo que resulta de una contemporaneidad extraordinaria y que sí vale la pena mencionar.
Como no existen límites para los átomos ni tampoco para el vacío, las combinaciones de los átomos han formado no sólo nuestro mundo sino muchos otros, algunos ya disueltos, otros coexistiendo con nosotros. Metrodoro de Quíos, un seguidor de Demócrito, dijo que la existencia de un solo mundo en la infinitud del vacío era tan improbable como que existiera una sola espiga de trigo en una llanura. Aquí habría que interpretar «mundo» en el sentido de «universo». Demócrito afirmó que «existen innumerables mundos, de tamaños diferentes. En algunos de ellos no hay ni sol ni luna, en otros el sol y la luna son más grandes que los de nuestro mundo y otros tienen más de un sol y más de una luna. Las distancias entre los mundos son irregulares, más en una dirección y menos en otra; y mientras unos florecen, otros decaen. Aquí se generan y allá, al colisionar con otros, perecen y se destruyen. Varios mundos carecen de vida vegetal y animal, así como de todo tipo de agua.» (citado en Guthrie)
¿No resulta maravilloso que un griego que vivió hace 2500 años haya anticipado la teoría de los múltiples universos que están debatiendo hoy los físicos y cosmólogos?
Fuentes
Las fuentes se citan sólo a título informativo.
Aristóteles, De la generación y la corrupción.
Aristóteles, Metafísica.
Diccionario de la lengua española, rae.es.
Jorge Luis Borges, «La biblioteca total«.
José Ferrater Mora, Diccionario de filosofía.
Nicolás Abbagnano, Historia de la filosofía.
Pierre Grimal, Mitología griega y romana.
Todo Tango, todotango.com.
W. K. C. Guthrie, Historia de la filosofía griega.