
Diógenes de Sinope, filósofo cínico del siglo IV a. C., es uno de los grandes incomprendidos de la historia. En 1975 A. Clark, G. Mankikar e I. Gray publicaron en The Lancet un artículo titulado «El síndrome de Diógenes. Un estudio clínico de negligencia grave en la vejez.» Los pacientes considerados en la investigación vivían felizmente mugrientos en hogares sucios y descuidados, algunos rodeados de basura y desperdicios, prácticamente aislados de la sociedad. Nada que ver con nuestro filósofo.
En el retrato que hace su tocayo Diógenes Laercio en su Vida, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres (s. II. d. C.) siempre se lo ve en el ágora, en lugares públicos, conversando, polemizando, participando en reuniones como un ciudadano más. Nunca se mencionan la suciedad, el abandono ni la acumulación de objetos inútiles. De hecho, era tanto su desapego a las cosas superfluas que, cuando vio que un niño tomaba agua sirviéndose de la concavidad que formaba con sus manos, tiró al suelo el recipiente que usaba para beber diciendo: «Un niño me superó en sencillez». Asimismo, se deshizo de su plato al ver que otro niño recogía las lentejas de su comida en la cavidad de un trozo de pan.
En suma, aunque el mal ya está hecho y Diógenes de Sinope quedará para la posteridad como lo que no fue, habría que documentarse mejor antes de hacer afirmaciones categóricas. Volver a las fuentes y leer (o releer) a los clásicos sería de gran ayuda.
Otra cosa se le atribuye a Diógenes, esta vez con mayor propiedad. Según su tocayo Laercio, cuando alguien le preguntó de dónde era (Sinope, hoy Sinop, Turquía, en la costa del mar Negro), el filósofo le respondió «ciudadano del mundo», que es como se traduce lo que ha dado en español «cosmopolita».
Sobre nuestro filósofo existen muchas anécdotas y dichos agudos. Caminaba por las calles con una lámpara encendida en pleno día mientras buscaba al «hombre», ya que entre sus conciudadanos no parecía haber ninguno digno de ser llamado así. Es muy famoso su encuentro con el gran conquistador Alejandro Magno. Diógenes estaba tomando el sol cuando Alejandro se aproximó y le dijo que le pidiera lo que quisiera. «No me quites el sol», dijo Diógenes. Otra anécdota muy pintoresca se refiere a la célebre definición de Platón acerca del hombre, «animal bípedo implume». Pues bien, Diógenes desplumó un gallo y entró con él en la Academia diciendo: «Éste es el hombre de Platón.» A partir de entonces la definición pasó a ser «animal bípedo implume con uñas anchas». Huelga decir que Diógenes sostenía que la filosofía de Platón era absurda.
¿Por qué «Diógenes el cínico»? Sus conciudadanos lo llamaban «perro». Preguntado por la razón de tal mote, el filósofo dijo: «Meneo la cola a los que me dan algo, ladro a los que no me dan y muerdo a los malvados». Del adjetivo griego que significa «perruno, propio del perro» (κυνικός) proviene el latín «cynicus», que nos ha dado nuestro «cínico».
Convengamos que esta definición que se da a sí mismo el filósofo es muy poética. La realidad es que lo llamaban «perro» por la superlativa desvergüenza con la que llevaba a cabo ciertas funciones fisiológicas. En una ocasión, cuando en un banquete le tiraron unos huesos, Diógenes, haciendo gala de su apodo, orinó allí mismo. En esto era fiel a la doctrina de «vivir de acuerdo con la naturaleza», aunque había mucho más detrás del escándalo de ver a un hombre haciendo cosas privadas a la vista y paciencia de todos.
La teoría y la práctica del cinismo de Diógenes (el ala «dura» o «radical») era el resultado de llevar hasta el extremo una serie de preceptos, algunos insertos en la tradición de figuras carismáticas (como los santones, ermitaños, mendicantes e iluminados de la historia del cristianismo, el budismo y el hinduismo), otros en las especulaciones de sabios y filósofos, y en la simple expresión de desilusiones del ciudadano frente a la realidad de la vida en la polis.
Una de las dicotomías esenciales se relacionaba con la sabiduría: ¿se llegaba a ella por la vía del pensamiento o por la de la acción? Diógenes optaba por la segunda opción. En esto seguía una clara línea socrática que rechazaba todos los elementos de la filosofía salvo la ética práctica y buscaba la sabiduría en el ágora y no en ninguna escuela filosófica.
Otra oposición básica era vivir de acuerdo con la naturaleza y no con la ley en una suerte de primitivismo que se nutría en las supuestas costumbres de algunos pueblos y que conducía a una actitud de descaro, reflejada en la literatura por el símbolo del perro.
Seguramente como reacción a las deficiencias de la polis, algunos pensadores proponían constituciones y sociedades ideales que paliarían los aspectos negativos de aquélla. Esta tradición se ve reflejada en la República de Platón y en el interminable linaje de utopías que han visto la luz en la literatura, la sociedad y la política desde entonces.
La tradición mendicante y una vida de ascetismo y pobreza como la que proponía Diógenes con su ejemplo (vivía en un barril) estaban ligadas al concepto de la dureza física como un requerimiento para la virtud. De esto daban testimonio, en literatura, las peripecias de héroes sufrientes y vagabundos como Odiseo, Heracles y algunos personajes de las tragedias.
Las figuras históricas que encarnaban ese ideal de resistencia y austeridad por excelencia eran los espartanos. El diccionario de la RAE define «espartano» como «austero, sobrio, firme, severo». Sócrates, con su actitud frente a su condena a muerte, era otro referente.
Como Sócrates, Diógenes también tenía una veta humorística, serio-cómica, aunque muy cruda y franca. Si les interesa conocer más sobre la vida del filósofo y sus dichos punzantes pueden descargar gratuitamente el libro de Diógenes Laercio de la página del Internet Archive.
En resumen, Diógenes buscaba una vida lo más próxima posible a la del hombre primitivo, los animales y los dioses. Esto implicaba reducir las posesiones materiales al mínimo (una capa, un bastón y una bolsa para llevar la comida) y valerse de la mendicidad y de los frutos de la tierra para procurarse el sustento. Tal existencia «minimalista» daría como resultado el logro de la libertad, la autosuficiencia, la felicidad y la virtud.
Lo suyo iba más allá de la indiferencia a la vida civilizada, puesto que rechazaba completamente toda forma de educación y cultura por ser enemiga de la vida ideal. Atacaba las convenciones, el matrimonio, la familia, la política, la polis, todas las distinciones sociales, sexuales y raciales, la reputación mundana, la riqueza, el poder y la autoridad, la literatura, la música y toda forma de especulación intelectual.
Siguiendo la tradición del sabio que promete a los conversos la felicidad o la salvación, intentó atraer a su doctrina a sus paisanos mediante su propio comportamiento, su ingenio y habilidades retóricas y algunas obras escritas. Expuso sus puntos de vista en una República en la que parodiaba las pretensiones de los filósofos «serios». Aunque rechazaba la literatura, seguramente por su faceta más complaciente o pasatista, compuso también algunos diálogos y varias tragedias, que sin duda debieron ser piezas de aguerrida militancia.
Diógenes reconocía la humanidad común a cínicos y no cínicos. La filantropía (preocupación por el prójimo) es esencial al cinismo y al concepto de cosmopolitismo, que considera que el universo es la unidad última, de la cual formaban parte los mundos natural y animal, los seres humanos y los dioses.
Las reacciones antiguas y modernas a su figura han sido múltiples. Aprecio por su agudeza, admiración por su integridad, negación de su significación filosófica, repulsión por su desvergüenza, aversión a la amenaza que representaba para los valores sociales y políticos convencionales, intentos por convertirlo en una figura respetable, son algunas de ellas. Con todas estas opiniones discordantes, parece acertado colocarlo en la gran tradición de la filosofía, ya que hasta Platón reconoció su valor, al menos en parte, al llamarlo «un Sócrates loco».
El cinismo no desapareció con la muerte de su mayor exponente, sino que persistió hasta el siglo VI d. C. En su larga historia influyó en la formación de otras corrientes filosóficas como el estoicismo y el epicureísmo. El «ala blanda» del movimiento dio origen al cinismo literario, con textos sobre el cinismo o escritos en el estilo de esta escuela. Esta vertiente nos pone en contacto con la tradición satírica que mencionamos en la navegación anterior, sobre la que volveremos en el próximo artículo.
Fuentes
Las fuentes se citan sólo a título informativo.
Diccionario de la lengua española, www.rae.es.
Diógenes Laercio, Vida, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres.
https://www.thelancet.com/journals/lancet/article/PIIS0140-6736(75)91280-5/fulltext#secd15017065e24.
Monumento a Diógenes en Sinop: Michael F. Schönitzer, CC BY-SA 4.0 <https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0>, via Wikimedia Commons.
S. Hornblower, A. Spawforth y E. Eidinow, The Oxford Classical Dictionary.